Al salir, gire a la Izquierda

sábado, 3 de abril de 2010


Se ha dicho hasta la extenuación que la Izquierda a muerto. Que andaba moribunda, aquejada de un cáncer de larga duración. También se ha dicho que esta crisis, la que vivimos, y viviremos hasta dentro de unos años, no ha sido más que la esquela, el certificado de defunción de unas ideas, de un modo de organizar el mundo, que no tiene cabida en el Occidente del siglo XXI.

Derecha e izquierda son algo más que etiquetas. Hubo un momento en nuestro pasado, el de Europa, en que a la diestra del señor, del Rey, del mandamás de turno, se sentaba el representante de la nobleza, del clero... de los pijos, para que nos entendamos. Y en su siniestra se acomodaba una especie de representante del pueblo, de valedor de las castas sencillas. Uno luchaba por comerle el coco para que mantuviera el Status Quo, otro para que moviera el culo y mejorara las cosas para los de abajo. De ahí nació el termino Izquierda, de la necesidad de luchar por cambiar las cosas, de la reivindicación, del jodido inconformismo que hoy, verdaderamente, ha muerto estrangulado por el Estado del Bienestar, ese perfecto cabrón que nos ha colado un kilo de Valium en el café, y nosotros no hemos querido darnos cuenta.

Por eso esta crisis no ha servido para nada. Por eso no ha habido ni una maldita huelga general, ni manifestaciones en favor del trabajo... eso sí, en las colas del supermercado, del INEM, y en la terracita del bar bien que nos quejamos. Que si Zapatero cabrón, que si Rajoy peor, que si mi primo tenía una empresa y ya no. Pero eso no es la Izquierda.

Quiero pensar que la Izquierda está en coma, que lucha por abrirse paso entre las telarañas del Estado del Bienestar, que nos tiene tan cómodamente sedados, que no importa que nuestro nivel adquisitivo descienda cada año, que nuestra educación sea de guasa y la sanidad comience a privatizarse en ciertas comunidades de la piel de toro. Eso es lo que quiero pensar. Que vive en el corazón de todos esos chavales que llevan camisetas reivindicativas -aunque no tengan ni pajolera idea de lo que significan-, que visten los colores del progresismo, del avance, de la esperanza en el futuro.

Al final, tan sólo espero que sea cierto, que se puede matar al hombre, pero nunca a la idea.

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